Rosario de las Lágrimas de Jesús

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Oración inicial:

Amado Jesús, gracias por el don de las lágrimas.  Protégeme de esconder mis emociones, sentimientos, dolores y tribulaciones por miedo de lo que otros puedan pensar de mí.  Haz que reconozca, por Tus lágrimas derramadas en el día de hoy, el valor para llorar por mis pecados – llorar por el bien y por el mal, llorar por el que sufre, por el que está privado de su libertad, por el que necesita una palabra de aliento, por los perseguidos por la fe. O Jesús por Tus lágrimas ignoradas danos la gracia de estar disponibles para confortar y consolar el corazón de todos tus hijos, especialmente a los niños torturados y aislados de sus propias tierras.  Jesús de las lágrimas que consuelan, gracias porque sabemos que tu amor nunca falla y que nuestras lágrimas están guardadas en tu Sagrado Corazón.  Regálanos el don de las lágrimas para orar con ellas por mis hermanos olvidados que viven en la angustia y en la desesperación de la pobreza para que así, nuestra oración sea una inversión para la eternidad, sembrando nuestro llanto para recoger una cosecha imperecedera.  Jesús de las lágrimas poderosas, ni una sola lágrima derramada en oración sincera, jamás es olvidada por Ti.  Hoy lloro contigo por aquellos quebrantados, encadenados y destruidos por las guerras.  Señor Jesús, lloro contigo para que ablandes nuestro corazón y lo abras a un encuentro más sincero contigo, sabiendo que no viniste a este mundo a ser servido sino a servir.  O lágrimas de Jesús que liberando son un aliento del llamado de Tu amor a la misericordia.  O lágrimas de Jesús que Te las hemos causado por habernos olvidado de tantos hermanos que han sido despojados de su tierra, abandonados en el anonimato de la pobreza e ignorado en el flagelo de la guerra. O lágrimas meritorias y reparadoras danos la gracia de conocer, sentir y asumir la vida en todas sus circunstancias.  Que nuestras miles de oraciones que interceden para que acabe el aborto, la discriminación y el desamor a cada uno de nuestros hermanos sean escuchadas por los méritos de tus santas lágrimas.  O lágrimas triunfantes de Jesús, Te rogamos por la incredulidad de tantos hombres que Te ignoran en la Sagrada Eucaristía, y que no Te pueden ver con los ojos de la fe. Jesús de las lágrimas resucitadas, despiértanos, sacúdenos, haznos reaccionar para participar de Tus sentimientos y comprender que debemos estar disponibles al servicio de nuestros hermanos sin tomar la justicia por nuestra propia mano.  Nuestra meta aquí en la tierra debe ser que cada aflicción y prueba sirva para traer gloria a Tu nombre y ser perfeccionados por Ti porque Tú no afliges ni entristeces voluntariamente a tus hijos. 

Señor Jesús gracias porque ninguna de nuestras lágrimas pasará desapercibida.

Lamentaciones 3:33 “porque no goza castigando o apenando a los hombres.”

Salmo 56:9 “Tu llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu odre; has registrado cada una de ellas en tu libro.”

“Para aliviar mi Sagrado Rostro desfigurado e impedir que más lágrimas se sigan derramando sobre mí, les entrego este Rosario de las Lágrimas. Son las lágrimas derramadas al ver las causas y los pecados de los hombres.”

Por los méritos de Tu rostro desfigurado yo reconozco Tus lágrimas derramadas por Tu infinito amor.

Primer Misterio:

Por las lágrimas que hoy derrama Jesús por los no nacidos./R: Jesús mío, libera al mundo del aborto y ten misericordia de nosotros. (Repetir 10 veces) 

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Segundo Misterio:

Por las lágrimas que hoy derrama Jesús por la persecución y muerte de los cristianos. /R: Jesús mío, ten compasión de nosotros.  (Repetir 10 veces)

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Tercer Misterio:

Por las lágrimas que hoy derrama Jesús por la reunificación de todas las naciones. /R: Jesús mío, libera al mundo entero del horror de la guerra y ten piedad de nosotros. (Repetir 10 veces) 

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Cuarto Misterio:

Por las lágrimas que hoy derrama Jesús cuando se niega la presencia de Dios en la

Sagrada Eucaristía. /R: Jesús mío, sana profundamente nuestras almas. (Repetir 10 veces)

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Quinto Misterio:

Por las lágrimas que hoy derrama Jesús por la mentira y la hipocresía. /R: Jesús mío, que Tu verdad nos haga libres.  (Repetir 10 veces) 

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Hebreos 5: “Durante su vida mortal dirigió peticiones y súplicas, con clamores y lágrimas, al que podía librarlo de la muerte y por esa cautela fue escuchado.”

Isaías 50:6 “Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que me arrancaban la barba; no me tape el rostro ante ultrajes y salivazos.”

Isaías 52:14 “Como muchos se espantaron de El, porque desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano;”

Isaías 53:3-6 “Despreciado y evitado de la gente, un hombre habituado a sufrir, curtido en el dolor; al verlo se tapaban la cara; despreciado, lo tuvimos por nada; a El que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido.  El, en cambio fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.  Sobre El descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos sanado.  Todos errábamos como ovejas, cada uno por su lado, y el Señor cargó sobre El, todos nuestros crímenes.”

Mateo 26:67 “Entonces le escupieron al rostro, le dieron bofetadas y lo golpeaban.”

Promesas a quienes recen el Rosario de las Lágrimas

  • Nada negaré al alma que pida con confianza a las lágrimas derramadas de mi sagrado rostro.
  • A través de este santo ejercicio devocional secarán mis lágrimas y alegrarán mi ultrajado rostro.
  • Aquellos que me busquen y me contemplen a través de mi Sagrado Rostro y mis lágrimas derramadas, prometo ayudarles en la persecución, tentación y las caídas del pecado.
  • Prometo la restauración de las familias y su reconciliación.
  • Prometo la sanación interior de sus almas y dolor del pecado por sus lágrimas derramadas.
  • Daré la oportunidad de vivir en la gracia de Dios a través del sacramento de la confesión.
  • Prometo la conversión total de su alma.
  • En el día del juicio lo perdonaré para que entre en la gloria conmigo.

Meditaciones y reflexiones con el Papa Francisco sobre las lágrimas de Jesús

Papa Francisco: Dios, loco de amor por nosotros, llora porque somos infieles

 Radio Vaticano | noviembre 17, 2016

Homilía en Casa Santa Marta

El “amor loco de Dios por su pueblo” y nuestra infidelidad. El corazón de la homilía del Papa se mueve en torno a estos dos polos. Un drama que hace llorar a Jesús ante Jerusalén porque no ha reconocido el tiempo en el que ha sido visitada por Dios.

Jesús llora por Jerusalén. La homilía del Papa parte de esta imagen que explica el motivo. Jesús llora porque recuerda la historia de “su pueblo”. Por una parte, está el amor de Dios “sin medida” y por la otra “la respuesta del pueblo egoísta, desconfiado, adúltero, idólatra”.

Un “amor loco de Dios por su pueblo”, dice Francisco, “parecería una blasfemia, pero no lo es”. Jesús, de hecho, recuerda las citas de los profetas, como Oseas y Jeremías, cuando expresan el amor de Dios por Israel. Siempre en el Evangelio de hoy Jesús lamenta también: “porque no has reconocido el tiempo de la visita”.

“Y esto provoca dolor en el corazón de Jesús, esta historia de infidelidad, esta historia de no reconocer las caricias de Dios, el amor de Dios, de un Dios enamorado que te busca, que trata de que seas feliz. Jesús vio en ese momento qué le esperaba como Hijo. Y lloró… “porque este pueblo no ha reconocido el tiempo de la visita”.

“Este drama no solo pasa en este momento y termina con Jesús. Es el drama de todos los días. Es también mi drama. Cada uno de nosotros puede decir: ¿Sé reconocer el tiempo en el que he sido visitado? ¿Me visita Dios?”.

El Papa destaca que anteayer la liturgia nos hacía reflexionar sobre “tres momentos de la visita de Dios: para corregir, para entrar en conversación con nosotros y para invitarse a nuestra casa”.

Cuando Dios quiere corregir, invita a cambiar de vida. Cuando quiere hablar con nosotros dice: “Estoy a la puerta y llamo. ¡Ábreme!”. Y a Zaqueo para invitarse a su casa, le invita a descender. Francisco nos pide que nos preguntemos cómo está nuestro corazón, “que hagamos un examen de conciencia, que nos preguntemos si “sabemos escuchar las palabras de Jesús”, cuando llama a “mi puerta” y dice: “corrígete”. Todos nosotros corremos ese riesgo.

“Cada uno de nosotros puede caer en el mismo pecado que el pueblo de Israel, en el mismo pecado que Jerusalén: no reconocer el tiempo en el que somos visitados. Y todos los días el Señor nos visita, todos los días llama a nuestra puerta. Tenemos que aprender a reconocer esto, para no terminar en esa situación tan dolorosa: ‘Cuánto más le amaba, cuánto más le llamaba, más se alejaba de mí”’.

“‘Yo estoy seguro de mis cosas. Voy a Misa, estoy seguro…’. ¿Haces todos los días examen de conciencia sobre esto? ¿Hoy el Señor me ha visitado? ¿He sentido su invitación, cualquier inspiración a seguirle más de cerca, para hacer una obra de caridad, para rezar un poco más? No lo sé, hay muchas cosas con las que el Señor nos invita todos los días a encontrarse con nosotros”.

Para el Papa es fundamental reconocer “el momento de la visita” de Jesús para abrirnos a su amor.

“Jesús no llora solo por Jerusalén sino por todos nosotros. Y da su vida para que reconozcamos su visita. San Agustín decía una palabra, una frase muy fuerte: ‘Tengo miedo de Dios, de Jesús, cuando pasa. ¿Por qué? Tengo miedo de no reconocerlo”. Si no estás atento a tu corazón, nunca sabrás si Jesús te está visitando o no”.

“Que el Señor nos dé a todos la gracia de reconocer el tiempo en el que fuimos visitados, somos visitados y seremos visitados -concluyó el Papa-, para abrirle la puerta a Jesús y hacer que nuestro corazón se amplíe en el amor y sirva en el amor al Señor Jesús”.

JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA

VIGILIA DE ORACIÓN «PARA SECAR LAS LÁGRIMAS»

MEDITACION DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana 
jueves 5 de mayo de 2016

Queridos hermanos y hermanas:

Después de los testimonios que hemos oído, y a la luz de la Palabra del Señor que ilumina nuestra situación de sufrimiento, invocamos ante todo la presencia del Espíritu Santo para que venga sobre nosotros. Que él ilumine nuestras mentes, para que podamos encontrar palabras adecuadas que den consuelo; que él abra nuestros corazones para que podamos tener la certeza de que Dios está presente y no nos abandona en las pruebas. El Señor Jesús prometió a sus discípulos que nunca los dejaría solos: que estaría cerca de ellos en cualquier momento de la vida mediante el envío del Espíritu Paráclito (cf. Jn 14,26), el cual los habría ayudado, sostenido y consolado.

En los momentos de tristeza, en el sufrimiento de la enfermedad, en la angustia de la persecución y en el dolor por la muerte de un ser querido, todo el mundo busca una palabra de consuelo. Sentimos una gran necesidad de que alguien esté cerca y sienta compasión de nosotros. Experimentamos lo que significa estar desorientados, confundidos, golpeados en lo más íntimo, como nunca nos hubiéramos imaginado. Miramos a nuestro alrededor con ojos vacilantes, buscando encontrar a alguien que pueda realmente entender nuestro dolor. La mente se llena de preguntas, pero las respuestas no llegan. La razón por sí sola no es capaz de iluminar nuestro interior, de comprender el dolor que experimentamos y dar la respuesta que esperamos. En esos momentos es cuando más necesitamos las razones del corazón, las únicas que pueden ayudarnos a entender el misterio que envuelve nuestra soledad.

Vemos cuánta tristeza hay en muchos de los rostros que encontramos. Cuántas lágrimas se derraman a cada momento en el mundo; cada una distinta de las otras; y juntas forman como un océano de desolación, que implora piedad, compasión, consuelo. Las más amargas son las provocadas por la maldad humana: las lágrimas de aquel a quien le han arrebatado violentamente a un ser querido; lágrimas de abuelos, de madres y padres, de niños… Hay ojos que a menudo se quedan mirando fijos la puesta del sol y que apenas consiguen ver el alba de un nuevo día. Tenemos necesidad de la misericordia, del consuelo que viene del Señor. Todos lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también nuestra grandeza: invocar el consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos (cf. Is 25,8; Ap 7,17; 21,4).

En este sufrimiento nuestro no estamos solos. También Jesús sabe lo que significa llorar por la pérdida de un ser querido. Es una de las páginas más conmovedoras del Evangelio: cuando Jesús, viendo llorar a María por la muerte de su hermano Lázaro, ni siquiera él fue capaz de contener las lágrimas. Experimentó una profunda conmoción y rompió a llorar (cf. Jn 11,33-35). El evangelista Juan, con esta descripción, muestra cómo Jesús se une al dolor de sus amigos compartiendo su desconsuelo. Las lágrimas de Jesús han desconcertado a muchos teólogos a lo largo de los siglos, pero sobre todo han lavado a muchas almas, han aliviado muchas heridas. Jesús también experimentó en su persona el miedo al sufrimiento y a la muerte, la desilusión y el desconsuelo por la traición de Judas y Pedro, el dolor por la muerte de su amigo Lázaro. Jesús «no abandona a los que ama» (Agustín, In John 49,5). Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar sabiendo que se me comprende. El llanto de Jesús es el antídoto contra la indiferencia ante el sufrimiento de mis hermanos. Ese llanto enseña a sentir como propio el dolor de los demás, a hacerme partícipe del sufrimiento y las dificultades de las personas que viven en las situaciones más dolorosas. Me provoca para que sienta la tristeza y desesperación de aquellos a los que les han arrebatado incluso el cuerpo de sus seres queridos, y no tienen ya ni siquiera un lugar donde encontrar consuelo. El llanto de Jesús no puede quedar sin respuesta de parte del que cree en él. Como él consuela, también nosotros estamos llamados a consolar.

En el momento del desconcierto, de la conmoción y del llanto, brota en el corazón de Cristo la oración al Padre. La oración es la verdadera medicina para nuestro sufrimiento. También nosotros, en la oración, podemos sentir la presencia de Dios a nuestro lado. La ternura de su mirada nos consuela, la fuerza de su palabra nos sostiene, infundiendo esperanza. Jesús, junto a la tumba de Lázaro, oró: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre» (Jn 11,41-42). Necesitamos esta certeza: el Padre nos escucha y viene en nuestra ayuda. El amor de Dios derramado en nuestros corazones nos permite afirmar que, cuando se ama, nada ni nadie nos apartará de las personas que hemos amado. Lo recuerda el apóstol Pablo con palabras de gran consuelo: « ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? […] Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,35.37-39). El poder del amor transforma el sufrimiento en la certeza de la victoria de Cristo, y de nuestra victoria con él, y en la esperanza de que un día estaremos juntos de nuevo y contemplaremos para siempre el rostro de la Trinidad Santísima, fuente eterna de la vida y del amor.

Al lado de cada cruz siempre está la Madre de Jesús. Con su manto, ella enjuga nuestras lágrimas. Con su mano nos ayuda a levantarnos y nos acompaña en el camino de la esperanza.

HOMILIA -Área de la feria de Ciudad Juárez, México
miércoles 17 de febrero de 2016

 “Jonás ayudó a ver, ayudó a tomar conciencia. Acto seguido, su llamada encuentra hombres y mujeres capaces de arrepentirse, capaces de llorar. Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la opresión. Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el círculo de pecado en que muchas veces se está sumergido. Son las lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión. Así le pasó a Pedro, después de haber renegado de Jesús; lloró y las lágrimas le abrieron el corazón.”

“Pidámosle a nuestro Dios el don de la conversión, el don de las lágrimas.”

Viaje apostólico a Sri Lanka y Pilipinas

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Encuentro con los jóvenes

Campo de deportes de la Universidad de Santo Tomás, Manila

domingo 18 de enero de 2015


Queridos chicos y chicas, al mundo de hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran aquellos que son dejados de lado, lloran los despreciados, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar. Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más? Y esto es lo primero que yo quisiera decirles: Aprendamos a llorar, como ella [Glyzelle] nos enseñó hoy. No olvidemos este testimonio. La gran pregunta: ¿Por qué sufren los niños?, la hizo llorando; y la gran respuesta que podemos hacer todos nosotros es aprender a llorar.

Jesús, en el Evangelio, lloró. Lloró por el amigo muerto. Lloró en su corazón por esa familia que había perdido a su hija. Lloró en su corazón cuando vio a esa pobre madre viuda que llevaba a enterrar a su hijo. Se conmovió y lloró en su corazón cuando vio a la multitud como ovejas sin pastor. Si vos no aprendes a llorar, no sos un buen cristiano. Y éste es un desafío. Jun Chura y su compañera, que habló hoy, nos han planteado este desafío. Y, cuando nos hagan la pregunta: ¿Por qué sufren los niños? ¿Por qué sucede esto o esto otro o esto otro de trágico en la vida?, que nuestra respuesta sea o el silencio o la palabra que nace de las lágrimas. Sean valientes. No tengan miedo a llorar.

PAPA FRANCISCO: Basílica de Santa Sabina
miércoles 18 de febrero de 2015

“El profeta (Joel) se refiere, en particular, a la oración de los sacerdotes, observando que va acompañada por lágrimas. Nos hará bien a todos, pero especialmente a nosotros, los sacerdotes, al comienzo de esta Cuaresma, pedir el don de lágrimas, para hacer que nuestra oración y nuestro camino de conversión sean cada vez más auténticos y sin hipocresía. Nos hará bien hacernos esta pregunta: «¿Lloro? ¿Llora el Papa? ¿Lloran los cardenales? ¿Lloran los obispos? ¿Lloran los consagrados? ¿Lloran los sacerdotes? ¿Está el llanto en nuestras oraciones?». Precisamente este es el mensaje del Evangelio de hoy. En el pasaje de Mateo, Jesús relee las tres obras de piedad previstas en la ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno. Y distingue el hecho externo del hecho interno, de ese llanto del corazón.”

“Sabed, hermanos, que los hipócritas no saben llorar, se han olvidado de cómo se llora, no piden el don de lágrimas.”

Papa Francisco en la Misa en Casa Santa Marta –febrero 4, 2013

María de Magdala es la mujer «de la cuál Jesús ha dicho que ha amado mucho y por esto sus muchos pecados le fueron perdonados», expresó el Pontífice. Entretanto, ella siente desolación ante la muerte de Jesús, ella «ha debido enfrentar el fracaso de todas sus esperanzas». «Es el momento de la oscuridad en su alma: del fracaso».

«A veces en nuestra vida -continuó el Pontífice- los lentes para ver a Jesús son las lágrimas», como los de la Magdalena en esos instantes de dolor. Entretanto, tras la aparición de Cristo Resucitado, la Magdalena anuncia con propiedad y alegría este mensaje: «he visto al Señor».

Lo había visto durante su vida, y ahora de él da testimonio: «un ejemplo para el camino de nuestra vida», expresó el Papa Francisco. «Todos nosotros, en nuestra vida, hemos sentido la alegría, la tristeza, el dolor», pero «en los momentos más oscuros, ¿lloramos? ¿Hemos tenidos aquella bondad de las lágrimas que preparan los ojos para mirar, para observar al Señor?» Ante el ejemplo de la Magdalena, «podamos también nosotros pedir al Señor la gracia de las lágrimas. Es una bella gracia… Llorar por todo: por el bien, por nuestros pecados, por las gracias, por la alegría también». «El llanto nos prepara para ver a Jesús». Y el Señor, señaló el Papa, nos da