Madre Santísima, como embrión que se va gestando en el vientre de su madre, me vengo a colocar en tu vientre bendito en un acto de amor y de obediencia a la voluntad del Padre, pues mi Señor Jesús me dice: «Hijo ahí tienes a tu madre».
Con este fin te consagro cada uno de mis órganos, miembros, sentidos, potencias, entendimiento, memoria y voluntad, el inconsciente, subconsciente y preconsciente. Te consagro cada uno de los dones, virtudes y carismas con que mi Padre creador ha adornado mi ser – mi libertad, mi imaginación, mis instintos para amar y para elegir, mi capacidad de vivir los tiempos y espacios en que transcurrirá mi existencia.
Te consagro mi niñez, mi adolescencia, mi juventud y mi madurez para que aprenda a caminar de Tu mano hacia Dios. Para que aprenda a reír, a encontrar el conocimiento y el sentido de una lágrima, a triunfar y fracasar, a esperar, a escuchar y respirar, a mirar, a gustar y así no caer en el desorden y la esclavitud de los sentidos.
Que crezca, pero no yo, sino tu Hijo bendito en mí, para que todo mi ser vaya creciendo igualmente en fe, esperanza y caridad, en amor hacia el Padre Celestial, hacia mis padres en la tierra, comprendiéndolos y respetándolos desde su propia historia. Para que crezca en amor hacia mis hermanos en el mundo, en especial hacia los más pobres y desamparados.
Que crezca en mi tu pureza, tu castidad. Ayúdame a crecer en la justicia, la sabiduría y la prudencia para ser una persona verdaderamente libre, verdaderamente feliz, no una víctima de vicios, idolatrías y esclavitudes de la muerte en vida. Te consagro mi condición futura: soltería, matrimonio, viudez o vida consagrada para que esté en perfecta armonía con la voluntad de mi Padre del cielo, no haciendo idolatrías de ninguno de estos estados de vida, como tampoco de los dones, gracias y carismas que Dios, a través de Ti, vaya desarrollando en mí.
Haz crecer también en mí el amor y el deseo que tuviste de hacer siempre la Voluntad del Padre, al igual que, en la fortaleza para aceptar de Dios no solo los bienes, sino también los males (Job 1, 21; 2,10) y sabiduría para entender que no son males, porque un Padre no quiere el mal para sus hijos.
Por último, Madre, coloco en Tu Corazón Inmaculado mi vejez. Enséñame a envejecer, a vivir con ánimo seguro, confiando este bello momento de la vida, como Tú lo viviste, confiando en el Padre, no en los hombres o en las dificultades de la vejez; y si alguna vicisitud surgiera en ella, poderla afrontar con entereza de ánimo, como un digno hijo de Dios, como un verdadero hijo tuyo, con espíritu de alegría, oblación y sacrificio, con tu amado Hijo, Jesús Eucaristía y no sea yo, si no Él en mí.
Junto a la vejez, te consagro también a mi muerte corporal. Sea ella una continua experiencia de vida en Cristo, un morir para vivir. Y en este transcurso de mi vida y en el momento de mi muerte, sea tu Hijo Jesús, su cuerpo místico expirando en mí, muriendo en mí a todo lo que no sea de Dios. Y en ese bello momento seas Tú dándome a luz para la vida eterna, para la nueva Jerusalén, para el abrazo final del Padre.
Madrecita querida, que mi experiencia de vida cristiana sea un hundir mis raíces junto con las de mis antepasados en tu vientre materno, respirar en Ti, Tierra Nueva, refugio seguro, coraza y escudo para hacer de mí una nueva creatura, para que, entrelazadas mis raíces a tus raíces y tus propias virtudes, pueda yo obtener de Ti el fruto bendito de tu vientre: ¡Jesús! Amén, Amén, Amen.